Manifiesto del Café Colombiano

El agricultor se ha vuelto invisible en medio de la cadena de alimentos procesados. Una taza de café es un alimento cotidiano de la sociedad, de tempranas mañanas, largas tardes, momentos compartidos, motivación en tardes noches. El líquido color sepia no aparenta venir de una planta, ni siquiera los granos tostados parecen los rojos frutos que dan vida a la bebida que compartimos. ¿Qué producto final puede existir sin el cuidado del agricultor por sus frondosas plantas? Dentro de una taza de plástica, una jarra de vidrio o un pocillo desportillado, ¿qué podría venir de otra fuente sino de la tierra?

La cultura del café nos une, une momentos y gente.

El agricultor en su tierra toma café con sus trabajadores de la misma manera que un ejecutivo toma su café en una reunión a 80 pisos de altura en un rascacielos.

Hay muchas desigualdades en el mundo del café.

Imagina, un habitante urbano paga diariamente $3 dólares por un latte, que contiene 14 gramos de café tostado. Esos mismos $3 dólares compran un kilogramo, 1000 gramos de café seco sin tostar de un agricultor subsistiendo en una finca cafetera. Y los agricultores no pueden depender de ese precio, que fluctúa a diario de acuerdo a los valores de bienes internacionales. Los agricultores rara vez consumirán el café en su forma más valorizada, a cientos de kilometros en una distante ciudad. En su lugar los agricultores reciben una fracción de ese precio final, la cual no refleja el tiempo y la pasión que ponen en su trabajo. ¿Cómo pasamos a valorar más una taza de café que hace un barista en dos minutos sobre la persona que pasa años perfeccionando su producto final?

En Colombia el café de excelente calidad se le llama café de «calidad de exportación». Por años los agricultores han sido representados por Juan Valdez, un personaje creado por una agencia publicitaria de Nueva York. En la realidad, el café colombiano es representado por una rica variedad de fincas y caficultores.

¿Sabes lo que ocurre detrás de una taza de café?

Mientras tú saboreas un sorbo, imagínate un arbusto verdoso con brillantes hojas ondulantes. Rojas «cerezas» se apiñan concéntricamente alrededor de largas ramas. El caficultor cuidadosamente selecciona los lotes que van a ser cosechados, teniendo en cuenta diversos factores como el clima, las condiciones de la tierra, y factores ambientales que podrían tener un efecto en el sabor de la taza. Después los trabajadores van a cosechar esos granos, escalando empinadas laderas para alcanzar estos frutos color carmesí, llenando costales, siendo picados por insectos, trabajando bajo la lluvia y el sol. Ellos traen los granos a la planta procesadora y para producir café especial mujeres locales buscan a mano entre los granos aquellos defectuosos, separándolos de aquellos mas perfectos. Luego el agricultor pasa los granos por una máquina que les quita la piel externa. Los desnudos granos blancuzcos se dejan fermentando en baldes plásticos. Los mejores cafés pasan de nuevo por un proceso de selección a mano, los húmedos y verdosos granos ahora son dejados al sol para su secado. Días después los agricultores llenan los bultos con café en «pergamino» cubiertos por una piel seca. Normalmente esto es lo que se vende a los tostadores en tierras lejanas. Muchos caficultores no han probado el producto final, tostado, que proviene de sus fincas.

El trabajo de los caficultores necesita reconocimiento.

Ese reconocimiento lo hacemos con cada bolsa que vendemos. En el mundo urbano, donde las ideas son más efervescentes, y los hábitos individuales pueden convertirse en movimientos con solo un click, nuestro café tiene una misión educativa. Educativa porque sabemos que el saber tomar buen café requiere romper con viejos esquemas, esa es la función de la educación.

El café Colombiano es reconocido mundialmente por su suavidad, dulzura y acidez, son esos las características las cuales las marcas comerciales nos han quitado de las manos. Creemos que el café es amargo, creemos que el café que “sabe a café” es el quemado.

Queremos mostrarle a los colombianos lo que sabe realmente el café, SU café.

Así como Mahatma Gandhi marchó cientos de kilómetros solo para agarrar un puñado de sal en un acto simbólico de recuperación de lo autóctono, proponemos que los colombianos pregunten por el nombre y el apellido del señor o señora que madrugó para recoger los frutos más maduros y trasnochó para que no se vinagraran.

Colombia está en un momento en el que pide paz, sabemos que en Colombia no hay acto más pacífico y amable que un café sobre la mesa, en un momento en el que descubren y se reconcilian con lo que mejor saben hacer: el café. Algunos tienen para ofrecer ese café un pocillo de porcelana, de esmalte o de plastico, pero ese acto, ese ánimo de compartir un momento no tiene status ni clase social. Es eso lo que nos une. El café nos une. El café es encuentro, momento y ritual. No hay confidante más grande como el café, no ha habido bebida en el mundo tan cómplice de brillantes ideas y palabras irreverentes. Alrededor del café somos libres de pensar, de ser y de sentir.

La revolución estadounidense se hizo real hundiendo un barco de té, América se levantó contra un grande alguna vez hundiendo la cotidianidad de sus dominantes. La revolución francesa, origen de los derechos del hombre y la democracia republicana empezó en un café…. Imagínense ustedes que podemos hacer teniendo los cafetales, los beneficiaderos, las elbas, las manos, las maquinas y las mesas…es hora de que nuestra revolución empiece. Cafeteros somos todos.

¡Tomemos lo nuestro!